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¿Chau al impuesto a las ganancias?

Eliseo Bottini Antunez ¡Insólito! En Argentina bajaron un impuesto, se trata del impuesto a las ganancias. Y todos se preguntan algo parecido: Y ahora, ¿Qué tributo van a subir? ¿Qué cosa nos van a prohibir? ¿Por dónde vendrá el sablazo? Calma, lo veremos con el tiempo. Lo importante es que este alivio fiscal significa que de 700.000 trabajadores que pagaban, ahora abonarán 90.000. En números, a partir de octubre caerán solamente en el gravamen quienes cobren un salario mensual por encima de 1.700.000 de pesos. Luego de la euforia y el bullicio de la campaña electoral, y antes de la historia, un breve resumen desde una perspectiva económica profesional.

Cuentas públicas. El costo fiscal anual de la medida rondará el billón de pesos, lo que representaría un 0,6% del PBI. ¿Cómo se compensará dicha reducción en la recaudación? Desde el Gobierno esperan que ese aumento salarial vaya al consumo, y que luego el Impuesto al Valor Agregado (IVA) haga lo suyo. Aunque otros gravámenes podrían también hacer un trabajo similar. En términos recaudatorios, Ganancias significa alrededor del 25% del total de los impuestos. Es decir, estamos hablando de un cuarto de lo que recauda el Estado, dato no menor, y que si sale mal, tendremos más problemas fiscales de los que ya tenemos.

¿Cuánto durará el mínimo no imponible? Como en nuestro país vivimos con inflación, los números valuados en la moneda emitida por el Banco Central argentino se prestan a la confusión. Por lo tanto, si para octubre de 2024 este mínimo no imponible de 1.700.000 de pesos permanece congelado, el impuesto volverá a abarcar a más trabajadores. De ahí que el Congreso debatirá en los próximos días un ajuste semestral de ese piso. Además, dentro del grupo de los 90.000 que deberán continuar haciendo frente a este pago, hay CEOs de empresas, gerentes y subgerentes, y beneficiarios de pensiones de privilegio.

¿Quiénes sufren el sablazo? Los olvidados. Toda medida de política económica genera ganadores y perdedores. Sobre este particular, los perdedores no están solamente en los que seguirán pagando Ganancias, sino también en los monotributistas y autónomos, equivalentes a un universo de más de 3 millones de personas con aportes dispares y escalas absurdas. Para ponerlo en términos claros, bajo el nuevo régimen de Ganancias, a un productor le conviene dejar de ser emprendedor y convertirse en empleado.

Pero el lado más nocivo del impuesto es el que recae sobre las empresas. Tal como con las personas, la tasa máxima que se aplica a las empresas llega al 35%. Sin embargo, la tasa efectiva que surge de la no aplicación de los mecanismos de actualización correctos, dan como resultado que se supera la alícuota nominal del 35%. En números, empresa que hoy factura más de 7,6 millones de pesos, paga 25%; mientras la que factura arriba de 76 millones, paga 35%. ¿El dato? Cerca del 75% de las sociedades comerciales en el país integran la primera categoría. Es decir, al grueso del empresariado pyme argentino le achuran el 25% de sus ganancias.

Bienvenidos a Deja Vú, la historia económica y política de un país que, como un reloj, no deja de repetirse


Ganancias, el famoso impuesto “transitorio”

Ganancias nació con el nombre de impuesto a los réditos el 30 de diciembre de 1932, bajo la ley 11.682, con el objetivo de paliar la recesión económica mundial a raíz de la Gran Depresión que inició en Estados Unidos en octubre de 1929. Se creó durante el gobierno de Agustín Pedro Justo (1932–1938) como un gravamen transitorio -porque se pensaba que aquella sería una recesión transitoria-.

Tal es así que la ley que lo creó estimó que desaparecería a fines de 1934, pero la ley 12.147 prorrogó su vigencia hasta 1944. La alícuota general inicial fue de 5% (3%, en el caso de la cuarta categoría, correspondiente a réditos del trabajo personal en relación de dependencia), con una tasa máxima de 7%. Hoy la alícuota máxima del impuesto a las ganancias -como pasó a llamarse a partir de 1973- es de 35%.

El tributo ya había sido pensado a fines del siglo XIX, y se profundizó su debate de implementación a principios del siglo XX. Pero no fue hasta la crisis del 30’ que no se incorporó al presupuesto. Lo cual resulta lógico; el Gobierno vio una brusca disminución en la recaudación por la caída del comercio internacional y debió virar la base imponible hacia los ingresos salariales. Pero ahí quedó.

Recién cambió de nombre a fines de 1973, con una modificación en la ley que se implementó en la tercera presidencia de Juan Domingo Perón. El cambio creó una cuarta categoría con el objetivo de ampliar la base de trabajadores aportantes, a la vez que pretendía desarmar una maniobra de evasión impositiva de la época, que consistía en inscribir a familiares del dueño de una empresa como empleados con salarios exorbitantes eludiendo la escala de la alícuota más alta, que ya era -y es- confiscatoria. El problema que buscó enfrentar el equipo económico de Perón fue el mismo que siempre existió con dicho tributo, y con impuestos parecidos, el de detectar que los ingresos declarados por el contribuyente sean verídicos, y que no se haya olvidado de anotar ninguna ganancia. Así surgió la cuarta categoría, la del trabajo personal. Las otras tres son: ganancias generadas por el usufructo de los inmuebles urbanos y rurales (primera categoría), ingresos obtenidos por acciones, intereses o dividendos (segunda), y ganancias de las sociedades y empresas unipersonales (tercera).

Pero quien quedó inmortalizado con respecto a Ganancias fue José Luis Machinea, quien en diciembre de 1999, unos días después de asumir, anunció una baja del mínimo no imponible -medida exactamente opuesta a la tomada por Sergio Massa-, metiendo en la bolsa del gravamen a más de 2 millones de personas. Según el titular del equipo económico de Fernando De La Rúa, la medida fue adoptada porque no le permitieron, por cuestiones políticas, bajar los subsidios a la nafta patagónica o eliminar los subsidios al tabaco en el norte. Senadores y gobernadores radicales se opusieron. Como consecuencia, ‘la tablita de Machinea’ pasó a la historia. Pero al lado de lo que hizo Machinea, el régimen inflacionario desde la salida de la convertibilidad en 2002 fue mucho más voraz. Es decir, los incrementos nominales de sueldos que comenzaron desde 2002 en adelante no tuvieron su correlato en el ajuste de las deducciones y de las escalas que se utilizan para el cálculo del impuesto, incrementando la base de aportantes hasta casi los 3 millones en 2013. Según el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf), el año de mayor recaudación del impuesto fue en 2015, equivalente a 6% del PBI.

La historia del impuesto a los réditos-ganancias ya lleva más de 90 años, a pesar de que nació como “transitorio”. Pero Argentina no es la excepción en este aspecto, ya que los gobiernos en general viven de este gravamen, mejor conocido en la región y en Europa como impuesto a la renta. El problema está en las alícuotas, en las exenciones y en el universo imponible, ya que mientras los países desarrollados gravan mayormente a los empleados, nosotros penalizamos más a las empresas. De lo que estamos seguros es que sea quien sea que comande el próximo programa económico a partir del 10 de diciembre, el impuesto a las ganancias seguirá siendo parte del complejo sistema tributario argentino.


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