Dolarización no es convertibilidad, pero es su antecedente más cercano
Desde el triunfo de Javier Milei en las PASO y un escenario bastante probable de depositarlo en la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre, su propuesta de dolarización se toma cada vez más en serio. La dolarización es una de las pocas cosas que no encontramos en el largo derrotero económico de la historia argentina. Sin embargo, la idea más próxima y todavía en la memoria de muchos es la convertibilidad con el dólar, el famoso 1 a 1 que duró entre 1991 y 2001. De la convertibilidad sí tenemos historia para contar y aprender, y ya que al igual que la dolarización consigue terminar con la inflación, nos sirve para conocer sus ventajas y desventajas. Bienvenidos a Deja Vú, la historia económica y política de un país que, como un reloj, no deja de repetirse Consideraciones importantes. La dolarización significa adoptar otra moneda y eliminar el peso, mientras que la convertibilidad implica fijar el peso a otra moneda o a otro patrón, como alguna vez fue el oro. Por lo tanto, dolarizar es un modelo unimonetario, al estilo de Ecuador, y convertibilidad es un sistema bimonetario en su máxima expresión. Ambas opciones tienen una similitud: la de restringir la oferta monetaria o reducirla hasta la mínima potencia. De dolarizar no tenemos experiencia, aunque sí algunos intentos, cómo en diciembre de 2001, cuando en la cabeza de Domingo Felipe Cavallo estaba la idea de salir del corralito eliminando el peso. De lo que sí tenemos experiencia es de convertibilidad. Son seis las veces que Argentina intentó, bajo algún tipo de ley específica, atar nuestra moneda a otro patrón. La primera fue instrumentada de 1822 a 1826, intentó funcionar en las cercanías del puerto de Buenos Aires y tuvo poco éxito porque los argentinos no querían saber nada con papelitos pintados, querían sólo dinero metálico. La segunda rigió entre 1867 y 1873 con un papel clave del presidente Nicolás Avellaneda. La tercera fue corta, entre 1883 y 1885, y tras su salida se preparó el camino para la crisis de 1890. La cuarta fue la más expansiva y duradera, orquestada por Julio Argentino Roca, de 1899 a 1914. La quinta duró apenas dos años, entre 1927 y 1929, trastocada por la Gran Depresión. La sexta fue la última, de 1991 al 2001. Hoy vamos a ver uno de esos intentos.
Restricción monetaria en tiempos de crisis “Ahorraremos con el hambre y la sed de los argentinos”. La frase le corresponde a Nicolás Avellaneda el 1 de mayo de 1876 en un discurso frente al Congreso. A Avellaneda, como a Reynaldo Bignone en 1982 o a Eduardo Duhalde en 2002, por nombrar algunos ejemplos, le tocó bailar con la más fea. Mientras abandonaba la convertibilidad y sufría los coletazos del pánico financiero de 1873, que terminó de impulsar una brutal fuga de capitales, debía gobernar un país en llamas. Empecemos por el principio. En 1863, en los albores de la república con Bartolomé Mitre como presidente, comenzó a debatirse en el Congreso la idea de atar el valor del peso al patrón oro. El papel circulante era el “peso moneda corriente”, una moneda inconvertible -y demasiado inestable- que concentraba su circulación en la provincia de Buenos Aires. En el interior ese papel era despreciado y predominaba el dinero metálico, como el antiguo peso de plata boliviano. El primer proyecto de conversión fue enviado al Congreso en 1863, año en que el peso se había devaluado contra el oro un 20%. Tras intensas discusiones, el 21 de octubre de 1864 fue aprobado en la legislatura pero no pudo ser aplicado porque Mitre se metió en la Guerra de la Triple Alianza, una intervención militar que veía como corta y barata, y terminó siendo al revés; larga y costosa. La convertibilidad se postergó hasta 1867, cuando las condiciones internacionales fueron más favorables y el ministro de Hacienda, Lucas González, había conseguido financiamiento externo de oro que iba a usarse para solventar la conversión. También se utilizaron otras fuentes de recursos, como fueron la venta de 2 millones de kilómetros de hectáreas, la privatización del Ferrocarril Oeste y la suba de impuestos a la exportación. Lo cierto es que el grueso de la conversión -y aquí estuvo el problema- se hizo en base a empréstitos internacionales, algunos ni siquiera en oro sino en libras esterlinas. La paridad peso-oro surtió efecto. Se terminaron las devaluaciones de la moneda local y aumentó la previsibilidad, factor clave para fomentar las inversiones productivas. Pero Argentina todavía carecía de bienes de capital abundantes para impulsar su potencial agropecuario. Además, y no es un dato menor, la frontera sur terminaba a la altura de Quilmes. Recordemos que la Patagonia aún estaba en manos indígenas. En ese escenario de estabilidad monetaria, nada se hizo para cuidar la convertibilidad en momentos de vacas flacas. Los gobiernos de Mitre y de Domingo Faustino Sarmiento, quien lo sucedió en 1868, seguían teniendo que sofocar levantamientos en el interior y ataques indígenas desde el sur, además de encontrarse sin fondos terminada la Guerra de la Triple Alianza. Entrados ya en la década de 1870, la regla económica fue el déficit comercial, un subproducto del atraso cambiario del oro, que se mantenía en un valor fijo de 25 pesos. Sumado a que el endeudamiento seguía financiando la paridad, la crisis económica global de 1873 terminó de destruir la convertibilidad. El caos económico de recesión, desempleo y escasez se agravó con el intento de golpe de Mitre en 1874, cuando no aceptó el resultado de la elección presidencial que depositó en el poder a Nicolás Avellaneda. Sofocada la revuelta de Mitre, Avellaneda debió hacerse cargo del desastre. El gran problema para él y sus ministros fue que querían mantener la convertibilidad en un contexto de recesión feroz, motivo por el cual debieron soportar enormes presiones para devaluar la moneda y así aliviar el déficit. Las críticas surgían desde adentro del partido. Carlos Pellegrini y Vicente Fidel López proponían financiar el fisco saliendo de la conversión, y finalmente lograron su cometido. El decreto de suspensión de la conversión a oro de los billetes se firmó el 16 de mayo de 1876. El peso oro pasó de valer 25 pesos papel a 32,60 en agosto de 1876, según la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, lo que implicaba una devaluación del 30%. Pese a todo, la política conservadora de Avellaneda, representada en aquel testimonio frente al Parlamento, ya había aplicado sus políticas monetarias y fiscales austeras que lo caracterizaban. Contra toda la prensa y la oposición, tanto fuera como dentro de su partido, Avellaneda ajustó los gastos del gobierno y los redujo en un 40% en términos reales. Al mismo tiempo, debió aumentar impuestos al comercio exterior con la Ley Aduanas de 1876. El espíritu de la convertibilidad que trató de salvar Avellaneda fue muy valorado por Julio Argentino Roca, quien más adelante logró restaurarlo. ¿Cuál fue el problema central de este intento de estabilidad monetaria? El mismo que sucede en cualquier período de convertibilidad; lo que pasa en el mundo afecta de forma directa a la economía interna. La mala lectura de esto es aislarse del comercio internacional, la buena es aprender las virtudes del modelo y corregir sus desventajas. La dolarización, una propuesta más rígida que la convertibilidad, debe tener en cuenta las experiencias de la historia. ¡Dato imperdible! Al ministro que llamó Avellaneda para salvar la convertibilidad fue Lucas González, el mismo que la había orquestado en el gobierno de Mitre. No pudo salvarla, firmó su final aquel 16 de mayo de 1876 y al otro día renunció. Fernando De La Rúa intentó lo mismo en 2001 con Domingo Felipe Cavallo, pero tampoco la salvó. ¿La diferencia? De La Rúa no tenía ni credibilidad, ni apoyo político, ni coraje, tres rasgos que sí tuvo Avellaneda.
Eliseo Bottini para Medium