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¿Tendrá Javier Milei un ministro de economía?

Eliseo Bottini Antunez


A la hora de diseñar una política económica, tener en claro quién tiene la última palabra es importante. Como en cualquier grupo de trabajo, alguien toma la decisión final sobre cuestiones relevantes. En un gobierno con urgencias llegará el momento en que todos mirarán a esa persona crucial que definirá, en última instancia, si una medida avanza o se borra. En Argentina los medios suelen llamarlo ‘superministro’.

Es decir, en cualquier gobierno urge la necesidad de que algún funcionario coordine las diferentes políticas públicas relacionadas con la economía. Si eso no sucede, hay un problema decisorio que complica aún más los problemas ya existentes. Entonces, ¿quién mandará en un hipotético gobierno de Javier Milei? ¿Diana Mondino? ¿Emilio Ocampo? ¿Darío Epstein? ¿Carlos Rodríguez? ¿tendrá un ministro de economía que tenga la última palabra o elegirá el riesgoso organigrama decisorio similar al utilizado desde 2005?

No se trata de la nomenclatura de “ministro de economía”. Puede tener el nombre que sea; lo importante es que haya un ministro que lidere. Desde el 28 de julio de 2022, el actual gobierno de Alberto Fernández adoptó el esquema de superministro en el cargo de Sergio Massa, quien juntó los pedacitos. ¡Y menos mal que lo hizo! De lo contrario podríamos haber estado mucho peor.

Bienvenidos a Deja Vú, la historia económica y política de un país que, como un reloj, no deja de repetirse


Superministro o la nada misma

La historia argentina dice que los programas de estabilización macroeconómica necesitan de un ministro de economía fuerte, que lidere todas las partes de las decisiones económicas y que tenga la suficiente confianza del presidente. No es una condición milagrosa, pero sí necesaria, como punto de partida.

Algunos de los últimos ‘superministros’ de los que tenemos memoria fresca son Roberto Lavagna (2003–2005), José Luis Machinea (1999–2001), Domingo Cavallo (1991–1996) y Juan Vital Sourrouile (1985–1989), entre otros. El último fue Lavagna, que tras las elecciones legislativas de 2005, el presidente Néstor Kirchner básicamente le dijo : “gracias por el laburo, pero ahora voy a decidir todo yo”. Desde el primer día, Lavagna no tuvo demasiada piel con Kirchner, y eso condicionaba el margen de maniobra del primer mandatario. Pero así era la lógica del momento; el Jefe de Estado escuchaba, aceptaba o sugería, pero no se metía en las decisiones del ministro porque éste contaba con su confianza.

¿Quién reemplazó a Lavagna a partir del 27 de noviembre de 2005? Que el lector no se acuerde explica perfectamente el inicio del nuevo modelo, en donde ya no hubo un titular del equipo económico (no busquen, fue Felisa Miceli la sucesora de Lavagna). Tampoco es que Kirchner haya sido un pecador por esto. Su inicio de gobierno débil lo persuadió de que debía construir poder, y Lavagna contaba con un prestigio muy alto, tal es así que decidió postularse en las presidenciales de 2007, sacando la nada despreciable cifra de 16% de los votos.

La idea de que un ministro de economía sea popular en Argentina, desde la década de 1990, lo impulsa directamente a una candidatura presidencial. El caso ejemplar fue Domingo Cavallo, estandarte de estabilidad que el peronismo usó en todas las campañas electorales de la década, hasta que decidió ir por su cuenta en las presidenciales de 1999, sacando apenas un 10% de los votos.

Era lógico pensar que a partir de ministros que asoman la cabeza, Kirchner cambie el organigrama decisorio, pero se pasó de mambo… Su esposa y sucesora, Cristina Fernández, exacerbó dicho modelo. Sus titulares del Palacio de Hacienda fueron simples empleados administrativos que sufrieron un estilo de poder particular, con excepción de quienes se acoplaron como férreos militantes políticos de su gobierno.


Ejemplos de esto último fueron Amado Boudou (2009–2011) y Axel Kicillof (2013–2015), quienes no tomaron precisamente decisiones económicas en función de la restricción presupuestaria, contexto internacional, etc, sino en base a la directriz partidaria de turno. En conclusión, no hubo ministro de economía.

Con la llegada al gobierno de Mauricio Macri, el estilo… se acentuó! Ejemplo: mientras Alfonso Prat-Gay, ministro de Hacienda y Finanzas, aumentaba el gasto público a través de la reparación histórica a jubilados; el ministro de Energía, Juan José Aranguren, bajaba subsidios a las tarifas elevando su precio en un 500%; el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, bajaba también subsidios a colectivos y trenes, subiendo el precio un 86%; mientras que el presidente del Banco Central, Federico Sturzenneger, subía las tasas de interés al 38% anual. No digo que hayan sido medidas acertadas o condenables, digo que fueron descoordinadas.

En parte, ese estilo de Macri definió su gobierno durante todo el mandato, donde no había un ministro con la última palabra, sino varios que iban en direcciones, en algunos casos, muy contrapuestas. Tras su derrota en las PASO de agosto de 2019, el nuevo ministro de economía fue Hernán Lacunza, quien sí tuvo más margen de maniobra que los demás pero por una simple cuestión de urgencia: necesitaban administrar el caos hasta la entrega del mando presidencial en diciembre. En resumen, no coordinar la política económica en las actuales circunstancias de Argentina, es un peligroso esquema a utilizar.

Lo que viene. En esta entrega de hoy trabajamos con el escenario en donde el próximo presidente argentino es Javier Milei. Javier es economista profesional y sabe muy bien de estos temas. Si ya eligió que tendrá un señor ministro de economía, más vale que no lo anuncie antes de tiempo y que lo apoye frente a la infinidad de presiones políticas que enfrentará desde el día uno. De lo contrario, si decidió dividir el organigrama decisorio y no tener un líder en el equipo económico, desde Deja Vú esperamos que lea historia y lo vuelva a analizar, ya que todavía tiene tiempo.


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